miércoles, 13 de junio de 2012
martes, 12 de junio de 2012
Remedio para melancólicos
-¿Qué harías si supieras que ésta es la última
noche del mundo?
-¿Qué haría? ¿Lo dices en serio?
-Sí, en serio.
-No sé. No lo he pensado.
El hombre se sirvió un poco más de café. En el
fondo del vestíbulo las niñas jugaban sobre la alfombra con unos cubos de
madera, bajo la luz de las lámparas verdes. En el aire de la tarde había un
suave y limpio olor a café tostado.
-Bueno, será mejor que empieces a pensarlo.
-¡No lo dirás en serio!
El hombre asintió.
-¿Una guerra?
El hombre sacudió la cabeza.
-¿No la bomba atómica, o la bomba de hidrógeno?
-No.
-¿Una guerra bacteriológica?
-Nada de eso -dijo el hombre, revolviendo
suavemente el café-. Sólo, digamos, un libro que se cierra.
-Me parece que no entiendo.
-No. Y yo tampoco, realmente. Sólo es un presentimiento.
A veces me asusta. A veces no siento ningún miedo, y sólo una cierta paz.-Miró
a las niñas y los cabellos amarillos que brillaban a la luz de la lámpara-. No
te lo he dicho. Ocurrió por vez primera hace cuatro noches.
-¿Qué?
-Un sueño. Soñé que todo iba a terminar. Me lo
decía una voz. Una voz irreconocible, pero una voz de todos modos. Y me decía
que todo iba a detenerse en la Tierra. No pensé mucho en ese sueño al día
siguiente, pero fui a la oficina y a media tarde sorprendí a Stan Willis mirando
por la ventana, y le pregunté: “¿Qué piensas, Stan?”, y él me dijo: “Tuve un
sueño anoche”. Antes de que me lo contara yo ya sabía qué sueño era ése. Podía
habérselo dicho. Pero dejé que me lo contara.
-¿Era el mismo sueño?
-Idéntico. Le dije a Stan que yo había soñado lo
mismo. No pareció sorprenderse. Al contrario, se tranquilizó. Luego nos pusimos
a pasear por la oficina, sin darnos cuenta. No concertamos nada. Nos pusimos a
caminar, simplemente cada uno por su lado, y en todas partes vimos gentes con los
ojos clavados en los escritorios, o que se observaban las manos, o que miraban
la calle. Hablé con algunos. Stan hizo lo mismo.
-¿Y todos habían soñado?
-Todos. El mismo sueño, exactamente.
-¿Crees que será cierto?
-Sí, nunca estuve más seguro.
-¿Y para cuándo terminará? El mundo, quiero
decir.
-Para nosotros, en cierto momento de la noche. Y
a medida que la noche vaya moviéndose alrededor del mundo, llegará el fin.
Tardará veinticuatro horas.
Durante unos instantes no tocaron el café. Luego
levantaron lentamente las tazas y bebieron mirándose a los ojos.
-¿Merecemos esto? -preguntó la mujer.
-No se trata de merecerlo o no. Es así,
simplemente. Tú misma no has tratado de negarlo. ¿Por qué?
-Creo tener una razón.
-¿La que tenían todos en la oficina?
La mujer asintió.
-No quise decirte nada. Fue anoche. Y hoy las
vecinas hablaban de eso entre ellas. Todas soñaron lo mismo. Pensé que era sólo
una coincidencia. -La mujer levantó de la mesa el diario de la tarde-. Los
periódicos no dicen nada.
-Todo el mundo lo sabe. No es necesario. -El
hombre se reclinó en su silla mirándola-. ¿Tienes miedo?
-No. Siempre pensé que tendría mucho miedo, pero
no.
-¿Dónde está ese instinto de auto-conservación
del que tanto se habla?
-No lo sé. Nadie se excita demasiado cuando todo
es lógico. Y esto es lógico. De acuerdo con nuestras vidas, no podía pasar otra
cosa.
-No hemos sido tan malos, ¿no es cierto?
-No, pero tampoco demasiado buenos. Me parece que
es eso. No hemos sido casi nada, excepto nosotros mismos, mientras que casi
todos los demás han sido muchas cosas, muchas cosas abominables.
En el vestíbulo las niñas se reían.
-Siempre pensé que cuando esto ocurriera la gente
se pondría a gritar en las calles.
-Pues no. La gente no grita ante la realidad de
las cosas.
-¿Sabes?, te perderé a ti y a las chicas. Nunca
me gustó la ciudad, ni mi trabajo, ni nada, excepto vosotros tres. No me
faltará nada más. Salvo, quizás, los cambios de tiempo, y un vaso de agua
helada cuando hace calor, y el sueño. ¿Cómo podemos estar aquí, sentados,
hablando de este modo?
-No se puede hacer otra cosa.
-Claro, eso es; pues si no estaríamos haciéndolo.
Me imagino que hoy, por primera vez en la historia del mundo, todos saben qué
van a hacer de noche.
-Me pregunto, sin embargo, qué harán los otros,
esta tarde, y durante las próximas horas.
-Ir al teatro, escuchar la radio, mirar la
televisión, jugar a las cartas, acostar a los niños, acostarse. Como siempre.
-En cierto modo, podemos estar orgullosos de
eso…como siempre.
El hombre permaneció inmóvil durante un rato y al
fin se sirvió otro café.
-¿Por qué crees que será esta noche?
-Porque sí.
-¿Por qué no alguna otra noche del siglo pasado,
o de hace cinco siglos o diez?
-Quizá porque nunca fue 19 de octubre de 2069, y
ahora sí. Quizá porque esa fecha significa más que ninguna otra. Quizá porque
este año las cosas son como son, en todo el mundo, y por eso es el fin.
-Hay bombarderos que esta noche estarán
cumpliendo su vuelo de ida y vuelta a través del océano y que nunca llegarán a
tierra.
-Eso también lo explica, en parte.
-Bueno -dijo el hombre incorporándose-, ¿qué
hacemos ahora? ¿Lavamos los platos?
Lavaron los platos, y los apilaron con un cuidado
especial. A las ocho y media acostaron a las niñas y les dieron el beso de
buenas noches y apagaron las luces del cuarto y entornaron la puerta.
-No sé…-dijo el marido al salir del dormitorio,
mirando hacia atrás, con la pipa entre los labios.
-¿Qué?
-¿Cerraremos la puerta del todo, o la dejaremos
así, entornada, para que entre un poco de luz?
-¿Lo sabrán también las chicas?
-No, naturalmente que no.
El hombre y la mujer se sentaron y leyeron los
periódicos y hablaron y escucharon un poco de música, y luego observaron,
juntos, las brasas de la chimenea mientras el reloj daba las diez y media y las
once y las once y media. Pensaron en las otras gentes del mundo, que también
habían pasado la velada cada uno a su modo.
-Bueno -dijo el hombre al fin.
Besó a su mujer durante un rato.
-Nos hemos llevado bien, después de todo -dijo la
mujer.
-¿Tienes ganas de llorar? -le preguntó el hombre.
-Creo que no.
Recorrieron la casa y apagaron las luces y
entraron en el dormitorio. Se desvistieron en la fresca oscuridad de la noche,
y retiraron las colchas.
-Las sábanas son tan limpias y frescas…
-Estoy cansada.
-Todos estamos cansados.
Se metieron en la cama.
-Un momento -dijo la mujer.
El hombre oyó que su mujer se levantaba y entraba
en la cocina. Un momento después estaba de vuelta.
-Me había olvidado de cerrar los grifos.
Había ahí algo tan cómico que el hombre tuvo que
reírse.
La mujer también se rió. Sí, lo que había hecho
era cómico de veras. Al fin dejaron de reírse, y se tendieron inmóviles en el
fresco lecho nocturno, tomados de la mano y con las cabezas muy juntas.
-Buenas noches -dijo el hombre después de un
rato.
-Buenas noches -dijo la mujer.
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